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Abstract
En la película El sabor de las cerezas (Abbas Kiarostami, 1997) vemos al protagonista subir y bajar en su carro una y otra vez por una carretera destapada a las afueras de Teherán, al tiempo que sostiene conversaciones incómodas con hombres desconocidos que recoge en la ruta. En cierto punto, nos enteramos de que Mr. Badii -el protagonista- está planeando su muerte y necesita un cómplice para consumar el acto. Uno a uno, conduce a los candidatos potenciales a un punto en el camino en donde les revela su plan: en una noche próxima vendrá sólo a ese mismo lugar a quitarse la vida dentro de una tumba improvisada a pocos metros de la carretera. Quien acepte el trabajo tendrá que comprometerse a venir en la madrugada del día siguiente y erificar que está muerto. De ser así, deberá echar “veinte paladas” de tierra sobre su cuerpo; de lo contrario, ayudarlo a salir con vida de la tumba.