ECOLOGÍA Y SEXO

 

 

Mariana Velásquez Mejía

Profesional en Filosofía y Letras.

Magíster en Ecología Humana y Saberes Ambientales.

Contacto: marianavelasquezmejia@gmail.com

 

Recibido el 17 de agosto de 2016, aprobado el 20 de octubre de 2016 y actualizado el 6 de diciembre de 2016

 

DOI: 10.17151/luaz.2017.44.1

 

 

La presente editorial pretende abordar las reflexiones filosóficas derivadas del trabajo de grado Singularidad lésbica y posicionamiento ecológico (Velásquez-Mejía, 2016) desarrollado en la Maestría en Ecología Humana y Saberes Ambientales de la Universidad de Caldas, por lo que se retoman algunos fragmentos del trabajo en aras de extraer para el presente texto el quid de la relación entre ecología y sexo. El escrito recoge las principales cuestiones novedosas que emergen de la necesidad de repensar la sexualidad en el contexto de la crisis ecológica. 

 

La complejidad del asunto

 

Actualmente estamos siendo partícipes de lo que se ha denominado “La crisis ecológica”. Diferentes autores1 (incluso en editoriales que ha publicado la revista Luna Azul en números anteriores), la han definido, caracterizado y han mostrado sus diversas manifestaciones, señalando las consecuencias actuales y esbozando la gravedad de las consecuencias futuras.

 

La palabra ‘crisis’, por definición, significa un problema, conflicto o situación delicada. Cuando algo, alguien, un ello o un nosotros está en crisis, se puede decir que se encuentra en una situación límite, una tensión o una distancia relativa cercana a un umbral que anuncia un cambio, puede ser éste un suicidio, una guerra, un genocidio, una revolución o una extinción, por mencionar algunos posibles ejemplos2.

 

Cuando hablamos de crisis ecológica, ¿a qué problema, conflicto o situación delicada nos enfrentamos? ¿Cuál es la situación límite? ¿De qué tipo de umbral estamos hablando? ¿Cuáles son los posibles escenarios hacia donde se dirige el cambio? Éstas y otras cuestiones deben ser abordadas por la filosofía del siglo XXI. 

 

Esta crisis sin precedentes a la que nos enfrentamos actualmente se la denomina ‘ecológica’ y con ello se está queriendo decir al menos las siguientes cosas:

 

1.         Como su nombre lo indica, refiere como campo material e histórico a los ecosistemas, cuyo lenguaje se expresa en términos de flujos de materia y energía. Un ecosistema comprende todos los organismos que lo habitan, así como el total de las relaciones que se dan entre lo vivo y no vivo como parte del engranaje metabólico del fenómeno vida, esto es, del conjunto estructurado de ecosistemas;

2.         El conjunto estructurado de ecosistemas que interactúan de forma compleja es llamado biosfera, por lo tanto la crisis tiene un carácter global ya que, literalmente, la biosfera es un barniz de materia en crecimiento y mutua interacción que envuelve la tierra (Margulis & Sagan, 1996);

3.         En este sentido, se dice de la crisis que es ecológica en la medida en que los seres humanos estamos alterando los ciclos biogeoquímicos del planeta Tierra y estamos modificando profundamente el ritmo de los flujos de materia y energía que se dan dentro y entre los ecosistemas de forma natural y espontánea, comprometiendo la biodiversidad así como la capacidad de millones de seres humanos y de otras especies de aprovisionarse del oikos;

4.         Lo anterior, lejos de amenazar el fenómeno vida, pone en riesgo la capacidad de aprovisionamiento que tenemos los seres humanos de los ecosistemas que, lo suficientemente alterados, pueden comprometer las condiciones físicas, químicas y materiales de las que depende completamente nuestra existencia como especie.

5.         Por sus características y orígenes, se puede decir de la crisis que es capitalista, esto es, una situación generada y exacerbada por el sistema de producción y consumo basado en la acumulación, la competencia, la maximización del beneficio y la expansión. Por sus dimensiones, la crisis ecológica es una crisis civilizatoria, esto es, que está en juego la humanidad en su conjunto, la especie Homo sapiens sapiens y miles de especies animales con las que compartimos un pasado evolutivo y un nicho común.

 

Los problemas de la crisis ecológica como crisis civilizatoria, parafraseando a Riechmann (2005), son: creciente alteración de la biosfera y degradación de muchos ecosistemas; rápido empobrecimiento de la biosfera; uso de armas de destrucción masiva; nuclearización; ensanchamiento de las desigualdades sociales a escala mundial; extensión incontrolable de ciudades; desarraigo y aculturación de masas; subalimentación crónica de una sexta parte de la humanidad, malnutrición de la mitad, persistencia de enfermedades evitables; crisis del “Estado de bienestar”; burocratización de la sociedad y pérdida de control de la gente sobre sus propias vidas; desempleo, subempleo y empleo precario; fragmentación de la clase trabajadora; destrucción de los vínculos sociales, alienación y crisis de personalidad; y malestar cultural.

 

El siglo XX puede ser descrito como el siglo de la muerte. Las dos guerras mundiales, la posterior tensión de la Guerra Fría, las dictaduras militares en América Latina, el Holocausto nazi, así como los cientos de guerras civiles que se dieron en este periodo son muestra de ello. La producción en serie de la muerte en el siglo XX dejó un saldo de millones de muertos en todo el mundo.

 

Dichos acontecimientos condujeron a una crisis del humanismo moderno y, sobre todo, socavaron las bases sobre las cuales se había construido el ideal de hombre moderno, en el que no sólo no cabían los Homo sapiens en su conjunto, sino que excluía radicalmente a la naturaleza en sus consideraciones éticas y políticas, de allí que los genocidios y los ecocidios sean expresiones de una misma crisis: la ecológica.

 

Las situaciones límite o los umbrales se expresan en diferentes dimensiones y escalas de cada uno de los problemas, generando conflictos específicos dentro de la sociedad que, entretejidos directa o indirectamente, se refuerzan. No obstante, existe un umbral que se atisba no muy lejos en el tiempo y es que nos estamos debatiendo entre el ser y el no ser de nuestra especie, asunto novedoso al que nos enfrentamos con esta crisis sui géneris que obliga a redirigir la mirada hacia al menos la principal característica de la vida que el humanismo moderno dejó por fuera: la diversidad. Afortunadamente los estragos que nuestra especie causa en el planeta Tierra no comprometen la unidad, la continuidad y la completud, que son las otras tres características del fenómeno vida. 

 

La diversidad

 

Una de las características de la vida es la diversidad, sin ésta los ecosistemas serían más simples y con ello más vulnerables; la diversidad es una condición sine qua non del fenómeno vida, por lo tanto, se encuentra presente en las diferentes escalas en las que se replica el fenómeno: desde las bacterias hasta ecosistemas completos; esto es, la biodiversidad es una condición presente dentro de los ecosistemas y entre los ecosistemas, dentro de las especies y entre las especies.  

 

Con sus miles de millones de años de evolución, los ecosistemas tienden hacia estados de mayor complejidad y diversidad, ¡tanto que los dinosaurios y mamíferos grandes como nosotros prosperamos! Eso sólo pudo haber sido gracias a la diversificación de la vida (con sus cinco extinciones masivas en los últimos 600 millones de años). En palabras de Riechmann (2005): “La biodiversidad es el ‘seguro de vida’ de la Vida”.

 

La biodiversidad es fundamental porque los elementos que constituyen la diversidad biológica de un área son los reguladores naturales de los flujos de energía y materia. En estos términos, mayor diversidad se traduce en mayor capacidad de autorregulación del ecosistema y generación de estabilidad. Los ecosistemas más simplificados son los más vulnerables, por lo tanto los ecosistemas más biodiversos responden mejor a las perturbaciones, se adaptan mejor a los cambios y están en capacidad de hacer frente a las crisis (Riechmann, 2005). 

 

La diversidad genética presente dentro de nuestra especie es un hecho biológico y por tanto natural, lo que no es natural son las discriminaciones de ‘razas’ que, por cierto, no existen. La diversificación genética de nuestra especie constituye una característica crucial para que los seres humanos podamos habitar los diferentes ecosistemas que nos albergan, por lo tanto fue un producto de la adaptación de la humanidad a una multiplicidad de hábitats desde hace 60 mil años, cuando los Homo sapiens idénticos a nosotros salieron del continente africano, apropiándose de diferentes hábitats.

 

El color de la piel, de los ojos y muchas de nuestras características fenotípicas son el producto de la adaptación de nuestros antepasados a forzamientos externos; ser negro, blanco, indígena o mestizo no es una cuestión de superioridad o inferioridad, sino de adaptación y supervivencia: “Por ejemplo, quienes migraron muy al norte del ecuador desarrollaron una piel más clara que les permitía sintetizar la vitamina D bajo una luz solar menos directa. Sin embargo, históricamente, todos somos africanos.” (Mayers, 2000)

 

No existe una cultura, una etnia o un sexo ‘mejor’ que los otros, existen relaciones de ecodependencia a partir de la diferencia y la diversidad; no respetar y promover ambas conlleva a una sociedad más simplificada y menos capaz de hacer frente a las crisis. Lo anterior hace de la diversidad entre los seres humanos una condición de bienestar social, lo que no es natural son los genocidios que en nombre de la “purificación racial” y del sexismo se han llevado a cabo en el mundo.

 

La diversidad sexual es una expresión de la biodiversidad y como tal, también ha sido socavada por el capitalismo erigido por el pensamiento hegemónico de la modernidad que produce y reproduce la crisis ecológica. Como la biodiversidad debe ser entendida también entre las especies y teniendo en cuenta que es en virtud del sexo que somos individuos únicos, se presenta la necesidad de abordar la sexualidad humana bajo una perspectiva menos antropocéntrica y que permita comprender cómo nuestros cuerpos sexuados, estas formas temporales de materia y energía a las que les ponemos nombres propios, interactúan en el ecosistema con los otros individuos de nuestra especie y de otras especies, así como con todo lo otro “no vivo”.

 

Nuestros cuerpos llevan una carga evolutiva insoslayable y el sexo, que no se remiten únicamente a la genitalidad, cumple un rol termodinámico innegable, por lo tanto es en esencia un asunto ecológico.

 

El sexo revisitado desde el concepto de diversidad: biodiversidad sexual

 

En virtud del sexo, cada uno de nosotros es una entidad que no sólo vive, respira y piensa, sino que constituye una mezcla única de genes provenientes de fuentes separadas; en pocas palabras un individuo único. La evolución del sexo fue la mayor contribución a la individualidad que el mundo ha contemplado.

Margulis y Sagan (1996)

 

Los seres humanos somos uno de los millones de extensiones de la vida. Nuestros cuerpos mortales están trágicamente sometidos a las leyes de la física, de la química, de la biología, así todavía no sepamos todas las leyes o no seamos conscientes de ellas. Somos eficientes medios de transporte para trasladar genes que sobrevivirán (o no) en las generaciones futuras (sí, los hijos de sus hijos y de los míos) (Dawkins, 1993). Somos seres limitados por condiciones internas y externas que de una u otra forma se reflejan en el comportamiento de nuestros cuerpos que ansiosamente buscan comida y sexo. Nuestros cuerpos perecen como parte del engranaje del flujo de energía y materiales que requiere la autopoyesis para el mantenimiento de la vida. La muerte está íntimamente relacionada con la evolución. Pero no todas las noticias son desalentadoras, la inevitabilidad de la muerte nos ha sido recompensada con el sexo.

 

A pesar de la mortalidad que recibimos en herencia por nuestra condición de criaturas que se reproducen sexualmente, el sexo es magnífico. Nos da placer y produce niños –el futuro de la humanidad-. Sin el acto sexual de nuestros padres, ninguno de nosotros estaría aquí. En virtud del sexo, cada uno de nosotros es una entidad que no sólo vive, respira y piensa, sino que constituye una mezcla única de genes provenientes de fuentes separadas; en pocas palabras, un individuo único. La evolución del sexo fue la mayor contribución a la individualidad que el mundo ha contemplado. Aunque no representa lo mismo para todos los organismos, a los animales el sexo nos liga a lugares y tiempos remotos, pues lo requerimos para reproducirnos. La repetición química implicada en la reproducción, por su parte, satisface una función de disipación de energía y degradación material en un cosmos constreñido –desde nuestra perspectiva animal- por el flujo unidireccional del tiempo (Margulis y Sagan, 1996).

 

Desde antes de nacer nuestra naturaleza humana es sexuada. La sexualidad se comienza a desarrollar desde el momento mismo del nacimiento que, si lo pensamos bien, fue producto del deseo, el erotismo y la actividad sexual de nuestros padres, abuelos, bisabuelos… de nuestros antepasados en África; el sexo nos liga con nuestro pasado y con el futuro, las generaciones por venir. El deseo sexual, la sensualidad, el erotismo y las emociones le dan sentido a la razón que sólo pudo ser posible dentro de los afectos. Al Homo sapiens sapiens lo mueve el deseo, una pulsión, un Eros primordial.

 

El sexo tiene que ver con la reproducción y esta con las generaciones futuras. En esta medida, el sexo tiene que ver con la continuidad de la especie que es justo la situación problema que está en el corazón de la crisis, por lo tanto es necesario reapropiarnos de nuestra sexualidad y desde allí poder responder de nuevo a aspectos como la homosexualidad, la promiscuidad, la infidelidad, los celos, el amor, la familia, el cuerpo, la reproducción, y con ello nuestro fugaz paso por el planeta Tierra.

 

Tal vez si nos entendemos más como seres sexuales que como seres racionales, podremos dar con las respuestas que necesitamos para enfrentar los retos que nos impone semejante crisis.

 

 


 

 

Bibliografía

 

Dawkins, R. (1993). El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta. Barcelona: Salvat Editores.

 

Margulis, L., y Sagan, D. (1998). ¿Qué es el sexo? Barcelona: Tusquets Editores.

 

Margulis, L., y Sagan, D. (1996). ¿Qué es la Vida? Barcelona: Tusquets Editores.

 

Mayers, D. G. (2000). Psicología social. edición. Bogotá : McGraw-Hill.

 

Riechmann, J. (2005). Todos los animales somos hermanos. Madrid: Catarata.

 

Riechmann, J. (2005). Un mundo vulnerable. Ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia. Madrid: Los libros de la catarata.

 

Velásquez-Mejía, M. (2016). Singularidad lésbica y posicionamiento ecológico (Tesis para obtener el título de Magíster. Inédito). Universidad de Caldas: Manizales - Colombia.

 

 


 

 

1. Entre ellos Boaventura de Sousa Santos, Nicolás Martín Sosa, Jorge Riechmann, entre otros.

 

2. La humanidad ha pasado por muchos tipos de crisis: se habla de crisis económicas, sociales, políticas, culturales, etc. Cada crisis tiene unas dimensiones, una escala, unos alcances y, en esta medida, diferentes formas en las que puede resolverse cualquiera sea el resultado. Cabe señalar que las crisis no sólo son asuntos humanos, existen situaciones críticas, como situaciones límite o umbrales, en todo el fenómeno vida, en el Universo.

 

 


 

 

Para citar este artículo: Velásquez-Mejía, M. (2017). Ecología y sexo (editorial). Revista Luna Azul, 44, xx-xx. DOI: 10.17151/luaz.2017.44.1. Recuperado de http://200.21.104.25/lunazul/index.php?option=com_content&view=article&id=216

 

 


 

 

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